I. llegamos y había en la finca un galgo. un galgo cojo o con muñón. hasta ahí bien, vale. pero hete aquí que el galgo me ladra. la toma conmigo. el galgo se me tira a morder. me dicen que los perros huelen el miedo y que lo recogieron tirado al pobre galgo, que se ve que le zurraba el dueño anterior. yo no tengo miedo al galgo, así que no tengo miedo que oler. a lo mejor lo que huele el buen galgo es la hostilidad, de eso sí que tengo. el galgo, con su conducta, me incita a que lo deje cojo del otro flanco, del que tiene bien. o sea, el galgo me está pidiendo a gritos que lo equilibre. no sé cómo no entienden que los maltratados internalizan al maltratado que fueron pero también al maltratador que les hostió. a los dos. que, por eso, se comportarán como maltratadores y como maltratados y como inductores de maltrato. están atrapados en una dinámica maltratador-maltratado y se reparten cartas para dos sillas. el jefe maltrata al galgo. el galgo se me tira a mí. yo le puedo partir el flanco bueno al galgo. y así toda la vida. o no lo entienden o creen en fantasías de rescate. el galgo se ha ido. se ha ido vivo y cojo de un lado, o sea, sin equilibrar. seguirán adoptando a estas bestias. yo seguiré siendo el insensible que no se deja roer las rótulas por el pobre galgo de mala infancia.
II. vuelvo de francia y ya me espero la preguntita. "¿qué tal francia?" me debato entre mi respuesta tradicional ("aprecio la pregunta y su interés, y no quisiera ser descortés, pero a la vez entenderán que no desee traicionarme a mí mismo contestando una pregunta que no me apetece contestar") y otra respuesta posible. la otra posible me la susurra vila-matas de vuelta en el coche: "francia es francia siempre".
III. ha sido otro día tranquilo, de ésos de ir y venir de un país a otro en el día.
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