I. el recorrido. esa hora en taxi desde el hotel a este aeropuerto, ese viaje es todo. y encima a este aeropuerto del que casi nunca salen los aviones. no les salen los aviones, no. tampoco te avisan si hay manera de saberlo con antelación. tú vas y lo que te encuentres. lo que te encuentras es un no, claro. uno detrás de otro, un no vuelo detrás de otro, salpicado por un eventualísimo sí vuelo-sí sale que no hace sino añadir desconcierto al añadir esperanza. un sí inhabitual. un sí que así puesto te enloquece. te enloquece o no, porque a éste, al tipo éste no le enloquece. no. a éste le gusta. le gusta el rito entero. le gusta rupert, el taxista, el conductor. le gusta el camino, frondoso, lluvioso, aromático.
II. le gusta más que nada, sobre todas las cosas, flotar. vive para flotar. es su prioridad. flotar en las piscinas. piscinas rosas, azules, como sea, sin piscina, flotar.
III. lo insólito, lo desconcertante, como el sí de un avión que sí sale, es que aplaca, apacigua mujeres como un poseso. con lo que tiene adentro este tío, con esa capacidad para gozar, para flotar en las piscinas, que hace, qué haces, apaciguando histéricas violentas en potencia, calmando locas.
IV. nuestro conductor es rupert. ojo con eso. ojo ahí. rupert te esquiva los agujeros del suelo y pasa de con qué tía estás detrás, y, lo más imprtante, sigue el ritmo de las canciones golpeando con suavidad y ritmo, con swing, el volante de este taxi eterno, este taxi en bucle.
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